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Porque para gustos colores y para libros autorxs: Rosario Castellanos

Es 1973 y Rosario Castellanos ofrece a sus lectores uno más de sus ensayos “Mujer que sabe latín”. Título que resuena a partir del refrán: “mujer que sabe latín… ni tiene marido ni buen fin”; dando por hecho, que una mujer que tiene una mayor educación se priva de conseguir a un hombre que le de ese “buen fin” a su vida. Una lectura que considero temprana a la época, en la que, desde el inicio, el concepto de mujer es preconcebido por el hecho de nacer mujer; dándole un significante virginal, doblegado, pasivo, peleado con la inteligencia… subyugado al hombre; y que cuando sucede lo contrario, según Rosario, se le confina a lo impuro, se le mira como prostituta. Siempre ajena del medio político y de un aula universitaria.

Rosario redacta uno de los factores más rimbombantes durante la vida de una mujer; la belleza, un ideal que está compuesto e impuesto por el hombre, mediante una serie de características específicas, las cuales convierten a una mujer en un ser agraciado o en uno no tanto; como los pies grandes y vigorosos. Esos mismos que sirven para caminar, que en una mujer lucen feos y que a diferencia de un hombre se presumen.

Leo y me parece un texto tan especial. Cómo es que la mujer va por la vida buscando alcanzar los parámetros impuestos por un hombre, pasando horas frente al espejo probando un peinado, tras otro. Arreglando de una a una las diez uñas de sus manos, desvaneciendo con el maquillaje las imperfecciones que surgen con el tiempo en un rostro que debe lucir terso, blanco, sonrojado. Cuidándose del clima, del viento, “ocupando” su tiempo en todo aquello. La hace irrealizable, la convierte en una mujer que no representa riesgo.

Para Rosario, la palabra Mujer en la sociedad es indecente, y para evitarla, se encuentran los términos como dama, señorita, señora; incapaces de explorar sus cuerpos, no los tocan, no los miran. La señorita siente que su cuerpo cambia, tiene nuevas sensaciones, pero los reprime; durante mucho tiempo, quizá durante una vida entera.

Entonces escribe del “milagro”, nueve meses de reposo, llenos de tabúes de dependencia, y con un final doloroso. Ahora alguien depende de una, las deformaciones del cuerpo son inevitables, y aceptadas. Una se convierte en madre.

Y luego, hace mención de cómo nadie se atreve a buscar en la mujer, ingenio, memoria, liberalidad. Y ésta parte me gusta mucho, porque Rosario luego habla de la peculiaridad de la fémina, terca, persistente y que tan acostumbrada está a los modelos que se le proponen e imponen, que los rompe, todo para ser auténtica. Castellanos prosigue, pareciera que llama a la mujer de entonces, y sin pensarlo, quizá, a la mujer de hoy a elegirse y preferirse por encima de todo.

“Ni tiene marido ni buen fin…”, ¿acaso hablamos de soltería? De una condición que sitúa a la mujer indigna como para estar acompañada por un hombre. Sin obligaciones, sin compañía, con caprichos y sin necesidades a disposición de los demás; pero, ¿y si es sólo suerte y la pareja un milagro de San Antonio?

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